nunca supo. (03/22)
Para mis horas en Santa Lucía
El viento no riza la piel leona de África.
Es la hoja afilada de una historia que se niega a cerrarse,
es la madera convertida en ceniza
antes de ser guitarra.
¿Quién llora al niño blanco cortado en su cama?
¿Y quién llora al niño Kikuyu,
al niño taíno,
al niño que nunca llegó a leer su primer libro?
Sus nombres se amontonan en archivos polvorientos,
estadísticas que justifican,
mapas que se cierran como puños sobre la tierra ajena.
Mis horas en Santa Lucía
no son más que páginas arrancadas
de un cuaderno que se vendió al mejor postor.
El mar nunca supo de fronteras,
pero las cadenas aprendieron a escribir historia.
Piden calma,
piden razón,
piden olvidar la sangre en la lengua
cuando el inglés se nos clavó en el paladar
como un anzuelo.
Nos llaman bestias cuando corremos
y esclavos cuando nos detenemos.
Nos llaman historia cuando nos matan
y amenaza cuando nos resistimos.
¿Quién canta por el Caribe que no ha muerto?
¿Quién rasga las cuerdas de esta guitarra sin dueño?
Antillano,
nómada de islas encadenadas,
¿cómo se escribe un poema cuando el papel es también cicatriz?
No hay paz que no nazca de una herida cerrada.
No hay justicia que no queme en la garganta.
Y yo, envenenado con la sangre de ambos,
no tengo elección.
Mi guitarra nunca supo de música,
hasta que aprendió a gritar.
*******

Comments
Post a Comment